Atlántida; Año 12000 a.C., aprox.
Los dos jóvenes se
materializaron de nuevo en la Sala del Cubo, con aspecto
cansado y sudoroso. Habían tenido la desgracia de toparse con un
destacamento militar en medio de la Plaza Grande, justo antes de
llamar a Arca y salir de aquella época de una vez por todas.
El destino les había jugado una muy mala pasada, poniendo en su
camino al verdadero doctor Schneider de las SS, que buscaba a
aquellos impostores que habían suplantado su puesto unas horas
atrás.
Los alemanes habían
empezado a tirotear indiscriminadamente al aire, mientras los
funcionarios escapaban. Media hora después, conseguían despistar a
aquel pelotón de fusileros entre los estrechos callejones belgas.
Todavía escuchaban hablar a los oficiales de reconocimiento 'arios',
que solicitaban el apoyo de vehículos e infantería de la Blitzkrieg
para dar caza a los extranjeros. Para entonces, sin embargo, Víctor
y su compañero estaban fuera del alcance de miradas curiosas.
Pronunciaron el código de escape de Arca al unísono, y sus
cuerpos se desvanecieron en una suave brisa de polvo blanco.
Aterrizaron en el mundo
que conocían. La sala seguía igual que siempre. De hecho, apenas
habían pasado unos segundos entre las épocas. Allí el tiempo se
medía de otra forma. Tal vez la Entidad Virtual supiera más al
respecto, pero aquellos jóvenes tenían mejores cosas en que pensar.
Sobretodo el funcionario de ojos cobrizos. Sabía que tenía que
actuar deprisa si quería evitar las consecuencias de su crimen. Por
suerte, tenía un plan.
“D” no siempre había
sido un joven y prometedor abogado, fiel cumplidor de leyes. De
pequeño, antes de ingresar en la Academia Militar y engordar
las listas del Partido, el joven Allen subsistía en los
guetos del extrarradio atlante con la ayuda de sus ágiles manos.
Carteras, relojes, y todo lo que pudiera cambiar de manos en menos
tiempo del que se tarda en contarlo, acababa en su poder, con algo de
pericia y mucho más de suerte. El generoso sueldo de quienes le
habían vendido el culo al “amado” Líder le había permitido
dejar atrás aquella vida. Pero los hábitos nunca se olvidan.
Por eso, cuando Víctor
y él se despidieron con un simple golpe en el hombro, el muchacho
más joven e inexperto no pudo distinguir el tintineo de un pequeño
objeto metálico deslizandose en el bolsillo interior de su camisa
uniformada. Más tarde, si registraban a los miembros del Círculo
implicados con la desaparición de Zero, encontrarían un
pequeño llavero con una cruz de caballero en posesión del
funcionario rubio. Al menos, le daría a Allen algo de tiempo.
Aquel era uno de los
talentos del muchacho de pelo castaño, que todavía guardaba otro as
en la manga. Tras cinco años dentro del “Sistema”, ya era capaz
de predecir como actuarían los de arriba. Sabía que las redes del
Gobierno caerían sobre él desde todos los ángulos, pero también
conocía la forma de retrasar su avance. La mayor baza de la
burocracia atlante radicaba en la conexión total de todos los
departamentos con el Partido. Pero aquella, sin embargo, era
también su gran debilidad.
Debía actuar de forma
rápida y eficaz, pero sin precipitarse. Y debería canjear una serie
de favores. No podía hacer esto solo. De modo que se dirigió a la
habitación contigua a la sala esférica del Cubo. Allí se reunían
los miembros del Círculo de Chronos, aquellos que ya habían
termiado su misión. La mayoria todavía tardarían unos minutos en
regresar, lo que podía equivaler a semanas, o meses en el “otro
mundo”.
Ese era el tiempo de
margen para salir de allí, mientras la presencia Virtual de Arca
todavía estaba controlando las distintas misiones. Pero no podía
limitarse a cruzar el ascensor de entrada. Las cámaras de aquel
complejo podían grabar su imagen residual, lo que bastaría para que
la centinela robótica captara las imágenes del interior de su
mente, que habían sido recopiladas durante la misión. Solo había
una opción, y era sabotear el sistema informático más complejo
jamás inventado: Tenía que piratear a Arca.