jueves, 7 de junio de 2012

ACTO III: Cuarta Parte


Cuando el muchacho despertó, estaba fuera, en el ascensor que conectaba aquel complejo subterraneo con el mundo legal que se mostraba en la superficie. Solo habían pasado un par de minutos. Por lo visto, el Arquitecto conocía bastante bien la forma de borrar sus huellas. Mientras el dolor de cabeza disminuía, el joven funcionario pudo pensar en su siguiente movimiento. Hasta ahora todo había ido bien, pero no podía permitirse el lujo de cantar victoria. Aún no.

De nuevo inmerso en el mundillo del Ministerio de Justicia de la Atlántida, con su lento barullo de papeleo. Con su ausencia total de acción. Allen le hizo un mohín de asco al espejo del pequeñísimo ascensor. Su reflejo le devolvió el gesto, y le instó a armarse de fuerzas para el último paso. Aquello iba a ser lo más complicado. Usar el “sistema” contra ellos mismos. “D” salió del falso cuarto de la limpieza con una sonrisa grabada a fuego. Hoy le devolvería el golpe a aquel Estado corrupto.

Al salir, le dedicó una nueva y brillante sonrisa a aquella secretaria de rizos rubios. Para ella, ajena al mundo secreto que funcionaba bajo sus pies, apenas había pasado una media hora fuera, a pesar de que el muchacho mostraba el aspecto de llevar varios días fuera. Ella le devolvió el gesto, mientras escondía con timidez su carita angelical en las hojas del periodico que estaba leyendo. Por suerte, el obeso supervisor no estaba rondando por la oficina en aquel momento.

Como parte del Círculo, el joven no tenía que soportar a ningún jefe. Seguro que lo había, dentro de las más altas esferas del Partido, moviendo los hilos. Pero al menos, él no tenía por que tratar con nadie más que con Arca, que servía de enlace a sus objetivos. En el departamento de Justicia, sin embargo, el trabajo venía de unos formularios interminables que requerían la firma de un controlador de zona, y adjuntando el sello del Ministerio de Interior.

Mientras sorbía del café (bastante lamentable) de la máquina que había en el pasillo de su oficina, el muchacho revisó entre una serie de papeles holográficos que mostraban imputaciones a distintos cargos. Como partidario de la Rosa Negra, el joven abogado tenía una cierta libertad a la hora de escoger a su cliente, de una interminable lista con detalles y precios. Casí parecía el sueño de un cazarrecompensas, donde indicaba perfectamente la dificultad del encargo y el botín.

En la ciudad de Aerys, y probablemente en toda la Atlántida, los buffetes privados estaban vetados, y todos los cargos eran tramitados según el criterio del gabinete de Justicia. El Ministerio no era igualitario, y la libertad de un criminal dependía de su prensa y de su afiliación política. Por norma directa, se trataba a los juzgados del Partido electo como presuntos inocentes. Los que mostraban una ideología contraria estaban condenados de antemano.

Allí, entre los encargos cibernéticos, figuraba el nombre de un tal J. Mayer. El señor Mayer había sido condenado por robo y allanamiento, cargos bastante leves. El problema era que, mientras que él no era más que un pobre obrero del extraradio, sin ningún conocimiento en política, el hogar al que había intentado entrar estaba marcado con la rosa del Partido. Al lado del nombre del imputado figuraba el sondeo de su sentencia. Estaba marcado con la dificultad A+: Culpable.

Cuando el funcionario presentó su solicitud a aquel encargo, le miraron como si estuviera bromeando. Tras un tenso momento de silencio, tuvieron que aceptar su encargo. Entre comentarios sarcasticos por parte de sus compañeros, Allen se preparó la defensa antes de cruzar las puertas dobles que daban al Tribunal número 2. Allí conoció al señor Mayer, un aterrorizado obrero que repetía con frenesí que estaban cometiendo un error.

-Señor Mayer, mucho gusto. -Se presentó el muchacho, mientras tomaba asiento. -Mantenga la calma y todo irá bien. Yo seré su defensa. Crecí en las afueras de la Polis de Aerys, y se lo dura que es la calle. Cuenteme lo que ha pasado.

El obrero se aclaró la garganta con un trago de agua antes de comenzar con el relato. Dijo que todo había sido una trampa, que él no había robado nada. Según él, el dueño de la casa, al que trataban de víctima inocente, era también el promotor de la construcción, el jefe para el que trabajaba. El despido improcedente seguía en vigor, afortunadamente, pero eso no impedía a los más adinerados salirse con la suya a la hora de “recortar” gastos de empleo.

-Hace ya dos semanas que empezó a interesarse por mi esposa... -El señor Mayer rechinó los dientes, furioso. -Quiere quitarme de en medio; por eso ha montado esta trampa. Digame, ¿Que puedo hacer?

-La Fiscalía tiene al jurado en el bolsillo, y sabe que va a ganar el juicio sin despeinarse. -El joven letrado levantó una mano, acallando las quejas de su cliente. -Escucheme. Su confianza será su perdición. Usted declarará que vio al hijo del hombre que financia a su empresa, que lo observó entrar a hurtadillas en su propia casa, para robar a su familia. Cuando revisen las posesiones que faltan, estarán en su poder. Inflingió la ley, saliendo del gueto en plena noche. Bastará para convencer al tribunal.

-Pero... Ningún niño mimado de esos snobs saldría por la noche, en mitad del extraradio. -Dijo el pobre obrero. -Nos evitan como a la peste.

-Cierto. -Contestó Allen. -Pero el jurado no lo sabe. Han vivido en la capital, bajo la cómoda sombra del Partido. No saben nada del mundo exterior. Podríamos decirles que los que viven en las afueras son verdes y tienen antenas y se lo creerían sin rechistar. Además, es evidente que esa familia de pijos no tiene buena reputación. Apostaria mi carrera a que su hijo a estado fuera estos días, buscando drogas en los guetos para calmar su adicción. Y eso es lo que va a contar en el estrado. Bastará para que aplacen el jucio a la espera de pruebas concluyentes. Aproveche ese tiempo y huya con su familia, donde el “sistema” no pueda encontrarles.

-Gracias. Espero que funcione...

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