domingo, 3 de junio de 2012

ACTO III: Segunda Parte


Al llegar a la sala de descanso, “D” solo tuvo que cruzarse con dos personas. Como sospechaba, Alpha era uno de ellos. El miembro número I del Círculo, y jefe de aquella división no había recibido su apodo por casualidad. Él siempre terminaba con los encargos más complicados en un tiempo asombroso. Decían que sería capaz de borrar una ciudad del mapa con tal de elimitar a una mosca molesta. Y Allen había tenido la ocasión de verlo en acción. Desgraciadamente, sabía que los rumores sobre el “Gran Guerrero” eran ciertos. Una ficha del tablero que no podía permitirse tener en su contra.

Dormitando al lado del funcionario estaba Tango. La joven pareció olfatear el aire cuando el muchacho de ojos metálicos entró en la sala. Se levantó de un salto para abrazar a su compañero y amigo. Allen pudo comprovar que tenía las pupilas algo dilatadas, y que hablaba con más velocidad de lo normal. Junto a su pequeña estatura, aquel era un espectáculo un tanto gracioso. Las cosas quedaron un poco más claras cuando la chica confesó que la habían enviado de misión a la época de las “Guerras del Opio”.

-...Y entonces un tailandés enorme, tan gordo como un luchador de sumo, sacó una caja llena de pipas de cáñamo y nos las fue pasando una a una... -Contaba ella, entre risitas ensoñadoras.

-Eh, alto, pequeña... Frena. Despacio. -La detuvo él, con las manos sobre los pequeños hombros hiperactivos de la muchacha. -Luego me lo cuentas con detalle. Ahora necesito hablar con Alpha a solas. ¿Me harás ese favor?

Ella se detuvo en el acto, y sus ojos se volvieron fríos y serenos, como si se le hubiera ido el 'colocón' de golpe. Escrutó un rato la sonrisa que le mostraba el joven, cruzando una mirada de preocupación. Hay veces, como lo fue aquella, que dos personas no necesitan decir ni una palabra para entenderse a la perfección. Mientras pasaba por su lado, recuperando la alegría y los movimientos acelerados, le dio un beso tierno en la mejilla. Antes de salir, murmuró:

-No importa lo que haya ocurrido. Pero, por favor, ten mucho cuidado. Prométemelo.

-Claro. Lo pro... -Para entonces, ella ya se había ido bien lejos de la habitación, dejando al joven abogado con la palabra en la boca. -...Me... Mierda. ¿Es que no aprenderé nunca? En fin...

Se volvió hacia Alpha y le contó lo justo para que hiciera su parte del trato, lo necesario para que entendiera que necesitaba su favor. La pequeña y alegre Tango lo hubiera hecho sin importarle nada más, sin pensar en las consecuencias. Pero el “gran” Alpha no se arriesgaría a perder su puesto por nada. De modo que el joven funcionario gastó uno de los favores que guardaba con mayor celo.

-Hace tres años, en Borneo. ¿Recuerdas? -Allen fue directamente al grano. -Hoy puedes saldar esa deuda. ¿Cumplirás tu parte?

Por toda respuesta, el fornido jefe de división gruño un asentimiento. Era demasiado cauto para dejar que nadie oyera un “Sí” salir de sus labios. Y allí, más que en cualquier otro lugar, las paredes tenían oídos. E inmediatamente se dio la vuelta y empezó a caminar, rumbo a una sala tan restringida que solo él, y la propia Arca, tenían garantizada la entrada, y solo en casos de extrema emergencia. Y, al menos para Allen, aquella situación podía catalogarse de ese modo.

Alpha era un hombre alto y bien nutrido, que aparentaba fuerza sin necesidad de marcar músculo. Tenía esa presencia que suelen imponer los líderes, pero también la responsabilidad que deberían demostrar los que ocupan cargos de poder. Si los dieciseis miembros que formaban el Círculo fueran las piezas de un tablero de ajedrez, Alpha no se limitaría a ser un rey que se enrroca y escapa, sino que atacaría en primera linea, sabiendo que hasta los peones a su cargo podían suponer una pérdida decisiva en la partida.

Allen le respetaba en silencio, pero desconfiaba de él abiertamente. Había visto caer a hombres de más integridad, corromperse a un precio que parecería ridículo. En aquel momento, no obstante, era su única oportunidad. Por eso seguía callada y obedientemente a aquel hombre, mientras observaba de cerca todos los detalles de su compañero. A pesar de que aparentaba más, el guerrero no tendría más de treinta y cinco años.

Su pelo canoso, y las arrugas y los callos de su cuerpo le daban un aspecto más veterano. Sin embargo, aún con todo aquello, seguía pareciendo un auténtico cazador de los que habitarían la selva amazónica o la sabana africana. Esos que adornaban su chimenea con una piel de león y el cuerno de algún pobre animal. Tenía unos profundos ojos verdes, tan oscuros como su barba y su mostacho, que todavía no habían sucumbido al color blanquecino del resto de su cabeza.

-Por aquí. -Apuntó él, rompiendo el silencio. Señaló la puerta. -Yo no se nada de esto. A partir de aquí es cosa tuya; estás solo. No vuelvas a nombrar nunca más lo de Borneo, o te arrancaré las entrañas.

Como eco de su amenaza, Cthulhu, el águila blanca que vigilaba desde el hombro de Alpha, lanzó un graznizo que se tornó en rugido, abriendo el pico con sus ojos siseantes. No dijeron nada más, y cada cual siguió su camino. “D” abrió la puerta, con la cautela de quien ha aprendido a desconfiar de todo, esperando armas apuntándole o alarmas en pleno apogeo. No hubo nada de eso, y el joven se escabulló dentro de aquel despacho. Era hora de conocer al Arquitecto.

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