Al llegar a la sala de
descanso, “D” solo tuvo que cruzarse con dos personas. Como
sospechaba, Alpha era uno de ellos. El miembro número I del
Círculo, y jefe de aquella división no había recibido su
apodo por casualidad. Él siempre terminaba con los encargos más
complicados en un tiempo asombroso. Decían que sería capaz de
borrar una ciudad del mapa con tal de elimitar a una mosca molesta. Y
Allen había tenido la ocasión de verlo en acción.
Desgraciadamente, sabía que los rumores sobre el “Gran Guerrero”
eran ciertos. Una ficha del tablero que no podía permitirse tener en
su contra.
Dormitando al lado del
funcionario estaba Tango. La joven pareció olfatear el aire
cuando el muchacho de ojos metálicos entró en la sala. Se levantó
de un salto para abrazar a su compañero y amigo. Allen pudo
comprovar que tenía las pupilas algo dilatadas, y que hablaba con
más velocidad de lo normal. Junto a su pequeña estatura, aquel era
un espectáculo un tanto gracioso. Las cosas quedaron un poco más
claras cuando la chica confesó que la habían enviado de misión a
la época de las “Guerras del Opio”.
-...Y entonces un
tailandés enorme, tan gordo como un luchador de sumo, sacó una caja
llena de pipas de cáñamo y nos las fue pasando una a una...
-Contaba ella, entre risitas ensoñadoras.
-Eh, alto, pequeña...
Frena. Despacio. -La detuvo él, con las manos sobre los pequeños
hombros hiperactivos de la muchacha. -Luego me lo cuentas con
detalle. Ahora necesito hablar con Alpha a solas. ¿Me harás
ese favor?
Ella se detuvo en el
acto, y sus ojos se volvieron fríos y serenos, como si se le hubiera
ido el 'colocón' de golpe. Escrutó un rato la sonrisa que le
mostraba el joven, cruzando una mirada de preocupación. Hay veces,
como lo fue aquella, que dos personas no necesitan decir ni una
palabra para entenderse a la perfección. Mientras pasaba por su
lado, recuperando la alegría y los movimientos acelerados, le dio un
beso tierno en la mejilla. Antes de salir, murmuró:
-No importa lo que haya
ocurrido. Pero, por favor, ten mucho cuidado. Prométemelo.
-Claro. Lo pro... -Para
entonces, ella ya se había ido bien lejos de la habitación, dejando
al joven abogado con la palabra en la boca. -...Me... Mierda. ¿Es
que no aprenderé nunca? En fin...
Se volvió hacia Alpha
y le contó lo justo para que hiciera su parte del trato, lo
necesario para que entendiera que necesitaba su favor. La pequeña y
alegre Tango lo hubiera hecho sin importarle nada más, sin
pensar en las consecuencias. Pero el “gran” Alpha no se
arriesgaría a perder su puesto por nada. De modo que el joven
funcionario gastó uno de los favores que guardaba con mayor celo.
-Hace tres años, en
Borneo. ¿Recuerdas? -Allen fue directamente al grano. -Hoy
puedes saldar esa deuda. ¿Cumplirás tu parte?
Por toda respuesta, el
fornido jefe de división gruño un asentimiento. Era demasiado cauto
para dejar que nadie oyera un “Sí” salir de sus labios. Y allí,
más que en cualquier otro lugar, las paredes tenían oídos. E
inmediatamente se dio la vuelta y empezó a caminar, rumbo a una sala
tan restringida que solo él, y la propia Arca, tenían
garantizada la entrada, y solo en casos de extrema emergencia. Y, al
menos para Allen, aquella situación podía catalogarse de ese
modo.
Alpha era un
hombre alto y bien nutrido, que aparentaba fuerza sin necesidad de
marcar músculo. Tenía esa presencia que suelen imponer los líderes,
pero también la responsabilidad que deberían demostrar los que
ocupan cargos de poder. Si los dieciseis miembros que formaban el
Círculo fueran las piezas de un tablero de ajedrez, Alpha
no se limitaría a ser un rey que se enrroca y escapa, sino que
atacaría en primera linea, sabiendo que hasta los peones a su cargo
podían suponer una pérdida decisiva en la partida.
Allen le respetaba
en silencio, pero desconfiaba de él abiertamente. Había visto caer
a hombres de más integridad, corromperse a un precio que parecería
ridículo. En aquel momento, no obstante, era su única oportunidad.
Por eso seguía callada y obedientemente a aquel hombre, mientras
observaba de cerca todos los detalles de su compañero. A pesar de
que aparentaba más, el guerrero no tendría más de treinta y cinco
años.
Su pelo canoso, y las
arrugas y los callos de su cuerpo le daban un aspecto más veterano.
Sin embargo, aún con todo aquello, seguía pareciendo un auténtico
cazador de los que habitarían la selva amazónica o la sabana
africana. Esos que adornaban su chimenea con una piel de león y el
cuerno de algún pobre animal. Tenía unos profundos ojos verdes, tan
oscuros como su barba y su mostacho, que todavía no habían
sucumbido al color blanquecino del resto de su cabeza.
-Por aquí. -Apuntó él,
rompiendo el silencio. Señaló la puerta. -Yo no se nada de esto. A
partir de aquí es cosa tuya; estás solo. No vuelvas a nombrar nunca
más lo de Borneo, o te arrancaré las entrañas.
Como eco de su amenaza,
Cthulhu, el águila
blanca que vigilaba desde el hombro de Alpha,
lanzó un graznizo que se tornó en rugido, abriendo el pico con sus
ojos siseantes. No dijeron nada más, y cada cual siguió su camino.
“D” abrió la puerta, con la cautela de quien ha aprendido a
desconfiar de todo, esperando armas apuntándole o alarmas en pleno
apogeo. No hubo nada de eso, y el joven se escabulló dentro de aquel
despacho. Era hora de conocer al Arquitecto.
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