jueves, 12 de abril de 2012

ACTO I: Cuarta Parte (Final)

La puerta, que había permanecido oculta entre las sombras, se deslizó hacia arriba mediante una serie de pasadores automáticos, procesados por una Entidad Virtual llamada Arca. Aquel cuarto de la limpieza, iluminado escasamente por una bombilla de emergencia, quedó inundado por una cegadora luz blanca que venía del interior del ascensor secreto. El joven entró sin pensárselo dos veces, y la puerta se cerró a su espalda.

Aquel aparato no era como el ascensor enorme que se encontraba en el Hall del Ministerio de Justicia, aquel mastodonte diseñado para cargar a la vez cerca de sesenta personas y unos tres mil kilos de peso. Más bien era un estrecho cubículo personal que parecía dispuesto a lanzar al joven directo al espacio. Pero, en lugar de expulsar a su portador hacia el cielo, el transporte se dirigió hacia abajo.

Una vez más, cuando las puertas se cerraron, el funcionario no pudo evitar pensar en la enorme farsa de la que era cómplice. Pese a que en la Academia Militar había recibido los conocimientos propios de una Universidad, concretamente Ciencias Políticas, Derecho y estudios sobre Criminología, su trabajo como miembro de la Fiscalía del Ministerio era solo una cara de la moneda. La otra, que permanecía siempre oculta, era aquella, la que comenzaba al entrar en aquel ascensor. Su verdadera contribución al Partido.

-Isaac Newton dirá: “Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano”. -Dijo la mujer, con tono neutro. De nuevo, aquella voz inhumana.

El joven miró hacia la pequeña cámara que le observaba desde arriba. Tras cinco años en aquella vida, no le sobresaltaban los aportes de Arca. Intuía que la Inteligencia Artificial de aquel ser informático era capaz de detectar pensamientos. Tal vez fuera por la electricidad del cerebro, o por una serie de ondas de ínfima frecuencia. El muchacho no podía, ni necesitaba saberlo. Como tampoco sabía quién era ese tal Newton. Como la mayoría de lo que decía aquella voz cibernética, simplemente lo descartó.

Pero aquel no era el único talento de la mujer (o de la máquina). En aquel momento, una serie de escáneres infrarrojos en forma de láser barrían completamente aquel cubículo, en busca de cualquier objeto o arma que pudiera hacer peligrar la operación. Del mismo modo, una serie de gases inodoros bañaban el ambiente, en apacible calma. Si hubieran detectado cualquier rastro de explosivo o producto químico o bacteriológico, el oxígeno simplemente se hubiera extinguido, eliminando la amenaza. Allí imperaba la máxima de desconfiar de todo. Y de todos.

Por lo que sabía el chico, tan solo había habido un intento de traición dentro del Partido. Solo uno, en los casi once años que llevaba la Rosa Negra en el cargo. Al menos, solo había sido publicado aquel atentado. El joven funcionario supuso que las medidas de seguridad de aquel grupo eran tan infranqueables, que el resto de los que intentaron algo, “desaparecieron” antes incluso de poder poner en práctica su plan. Salvo el conocido públicamente como el “Caso Subert”.

Al “Tokai” Subert no era más que un borracho triste el día de su juicio, a pesar de que había sido el Gobernador de una importante ciudad costera. El muchacho de la Fiscalía había presenciado el veredicto de los jueces, en calidad de pasante. Por eso, la información que tenía de aquel día era de primera mano. De otra forma no se habría creído lo que había sucedido en aquella sala. El alcohólico Ex-Gobernador había sido despojado de su cargo por una serie de cargos de Corrupción y Conspiración contra el Partido.

El “Caso Subert” despertó infinidad de rumores. Unos decían que su avaricia le había llevado a morder la mano que le daba de comer. Los menos, susurraban en la privacidad de sus casas que el amable político había estado husmeando en los trapos sucios de su ciudad, y que se había topado con algo demasiado comprometido. Decían que se había vuelto peligroso, o tal vez “prescindible”. De cualquier forma, el Gobernador fue sentenciado y ejecutado sin posibilidad de apelación.

De hecho, se decidió dar ejemplo con aquel crimen, y se decretó la peor condena que se reservaban los atlantes, solo concedida a la peor calaña. Una tortura que el pueblo llamaba con auténtico fervor “La Cruz”. Desde entonces, nadie más había vuelto a cuestionar al Partido. El joven funcionario cerró los ojos un instante, alejando de él aquellas imágenes de la mutilación que había presenciado. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, mientras el ascensor bajaba las últimas plantas.

Las puertas del pequeño cubículo secreto se abrieron, mostrándole al joven funcionario una sala que ya le era familiar. Todas las paredes, incluido el suelo y el techo, brillaban con una intensa luz blanca que venía de cientos de paneles eléctricos en forma de baldosas. A lo lejos, tras un pequeño descansillo, estaba la Sala del Arca. Por los sonidos que le llegaban de aquel lugar, el chico pudo adivinar que los otros ya habían llegado. Apretó el paso.

La Sala del Arca era una habitación esférica, con una serie de cómodos asientos, dispersos entre cientos de pantallas holográficas que mostraban imágenes muy diversas. En unas se veían fragmentos de guerras y de catástrofes naturales, mientras que otras mostraban la vida de algún individuo importante. Y allí, en el centro de la sala, estaba el Cubo.

El Cubo era el motor del Arca, la energía que le permitía moldear la línea de las Eras. Con aquel objeto, aquellos que estaban congregados en la sala podían ver escenas de una historia que estaba por llegar. A veces, incluso futuros alternativos que nunca se cumplirían. Aquella era el arma más temible y atrayente de la Rosa Negra. Con aquel pequeño objeto, se podía no solo ver a través del tiempo. Podían viajar sobre él.

El muchacho estaba demasiado ensimismado en aquel diminuto polígono dorado, intentando en vano comprender su funcionamiento. Como tantas otras veces, el artefacto ejercía sobre él un magnetismo irrefrenable. Y no era el único. Todos los que estaban reunidos en la sala permanecían callados, reverentes. Solo cuando el chico ocupó su asiento y el Círculo estuvo completo, la veneración a aquel objeto se redujo notablemente.

-Tardón. -Dijo una voz femenina.

El joven se giró en su asiento para encontrarse con los suaves rasgos sonrientes de una de sus compañeras. Le devolvió una cálida sonrisa a aquella chiquilla de ojos verdes. No tendría más de dieciseis o diecisiete años, una de las más jóvenes del Círculo. Sin embargo, allí estaba, luciendo la camisa blanca del Ministerio y una corta faldita negra que acrecentaba todavía más su aspecto de colegiala. Llevaba el pelo trenzado, con ‘rastas’ que le llegaban a la altura del hombro, y adornado con decenas de cintas de colores que contrariaban la sobriedad del atuendo de trabajo.

-Todo el mundo me dice lo mismo hoy, Tango. -Contestó el abogado.

Los dos rieron suavemente, y la mirada de ella brilló divertida al escuchar aquel nombre. “Tango” era solo un apodo, pensado para proteger la identidad de aquella cámara. Habían sido compañeros desde hacía mucho, incluso podían considerarse amigos. Y, pese a todo, no conocían sus nombres auténticos. Así funcionaban las cosas en aquel grupo secreto. Para el resto de la sociedad, solo eran una rama desprestigiada dentro del Ministerio de Justicia. Entre ellos, se jactaban de ser los “Guardianes del Tiempo”, y se autoproclamaban el Círculo de Chronos.

-Ah, mi turno. -Dijo “Tango”, al oir su nombre pronunciado por la voz de Arca. -Deséame suerte.

-Claro. Suer... -Pero ella ya se había levantado, clavando la mirada en el Cubo. Desapareció de improviso, disolviéndose en una fina capa de arenilla blanca. -...Te. Siempre igual. Impaciente. -Murmuró para si, sonriendo.

Lo mismo ocurrió con los otros, uno por uno. Se levantaban al escuchar la voz mecánica que provenía de todas partes de aquella habitación, miraban al centro de la sala y se desvanecían. Cada uno tenía un orden establecido, y una misión que se le desvelaría allí donde apareciera. Así se marcharon “Alpha”, “Echo”, “Oscar”, “Zulú”, “Foxtrot”, “Juliet” y otros que no conocía. Hasta doce personas antes que él. Él era el siguiente, y esperó a que Arca se pronunciase.

-“Allen” -Dijo finalmente la voz de la mujer robótica, tras un imperceptible segundo de muda reflexión. Y, mientras el joven funcionario se levantaba, seguidamente añadió: -“Víctor”.

-¿¡Qué!? -Exclamaron los dos al tiempo, pero ya era tarde.

Arca activó el “lanzamiento”, y sus cuerpos abandonaron la sala esférica dejando un finísimo rastro de polvo a su paso. Los dos chicos aterrizaron en un tablero de ónice con movimientos expertos, nacidos de la experiencia. A su alrededor, cientos de estrellas se movían vertiginosamente, inundando el aire con llamaradas de todos los tonos imaginables. Aquello era el límite de las realidades, la Puerta del Tiempo. Arca lo llamaba el Umbral de las Eras.

Nunca, en los cinco años que llevaba aquel joven como miembro del Círculo, había compartido aquel espacio con otro compañero. Y, por la cara sorprendida de Víctor, el chico supuso que al otro le sucedía igual. Esperaron, pues no tardarían en llegarles los detalles. Después de todo, aquel era el lugar donde se desvelaba la misión que cumplirían en el más estricto secreto. “Allen” carraspeó, en espera de que Arca decidiera iluminarles.

-Sigo esperando que nos digan donde ven el chiste. -Dijo el abogado. -No me emociona la idea de ser la niñera de un aficionado... No te ofendas, chaval.

-A mi tampoco me hace gracia trabajar contigo. -Resopló Víctor. -Así que guárdate las quejas y llóralas luego en tu casa.

Allen apretó los puños mientras se encaraba hacia su compañero. En ese momento, Arca apareció entre ellos. Era solo la silueta difuminada de una mujer, apenas un maniquí desdibujado que les observaba con expresión fría. Su piel era dorada, y se podían entrever algunos cables y engranajes. Los dos jóvenes permanecieron completamente quietos, mirando la fuerte y brillante luz que emergía del cuerpo desnudo de la mujer. Aquellos finos rayos de luz se introdujeron en la mente de los dos funcionarios, proporcionándoles la información que necesitaban.

Cuando la luz cesó, se mantuvieron en silencio. Acababan de recibir su Misión. Al comprender aquella eventualidad, el universo que les rodeaba se detuvo en seco. Las llamas de las estrellas se congelaron, y enfrente de aquellos chicos se abrió una puerta que absorbió sus cuerpos, lanzándolos a otra época. A otro mundo distinto al suyo.







1 comentario:

  1. Aqui dejo por ahora la historia, con el borrador completo del primer capítulo. ¿Que tal hasta ahora? ¿Interesante? ¿Suspense? ¿Ganas de más? Espero que sí ^^

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